La gente no gobernó jamás, no gobierna ni gobernará jamás. Gobierno implica subordinación, mando y obediencia. En la tradición judeo-cristiana occidental se ha hecho un gran esfuerzo para justificar por qué alguien gobierna y por qué los demás obedecen. El último intento ha sido el de que es justo que alguien gobierne porque los gobernados lo han elegido para hacerlo. El populismo sabe dos cosas, que la democracia aparente otorga indemnidad y que la gente puesta a depender del gobierno es políticamente inofensiva.
No fueron los países latinoamericanos los que inventaron el democratismo hueco ni los que le agregaron el elemento crucial para transformar al populismo nacional socialista en el crimen político perfecto, esto es la vigilancia y la santidad fiscal. Eso es producto de la creación del impuesto a las ganancias, más el control al mundo para restringir el comercio de drogas y sus flujos de capital, más la viveza de proteger a los propios bancos y financiar al gobierno, que sumado a “votar es legitimar” como si eso fuera sinónimo de libertad, hicieron de los empresarios del parasitismo los tipos más felices de la tierra.
Chávez perdió el plebiscito en el 2007 y se suponía que no podría ser reelecto para el período que se inició sin él ayer. Sólo esperó a que el peso de la jaula redujera más la perspectiva de sus súbditos y lo volvió a hacer, con otro resultado. El poder sin límites moldea al voto y no el voto al poder. Ahora ha logrado continuar sin que se sepa siquiera si está vivo o en uso de sus facultades mentales. En realidad hay hoy un gobierno de facto en Venezuela, pero a nadie le interesa, porque nadie creyó nunca que un “comandante” fuera la expresión de la voluntad de un pueblo libre, porque solo puede serlo una nueva forma de esclavitud; con esclavos moviendo la cola ante su dueño.
Toda la población es víctima, incluidos los lacayos. Agradecen como las gallinas las migas que desparrama el sistema de privilegios y se ocupan de combatir a los disidentes que ponen en juego su ración. Están incapacitados de ver qué cosa hay afuera de la jaula. El populismo y toda forma de totalitarismo reducen el mundo, apagan los sistemas de información y ponen a las gallinas a cuidar los granitos que les tocaron y que las hacen sentirse cómplices del sistema, cuando son burros de carga uniformados. Como el perro que defiende a su amo y se siente parte de la casa pero duerme en la cucha y come galletitas con mal olor.
Quienes gobiernan son una ínfima minoría siempre pero no solo entre la población en general, sino entre los partidarios del gobierno. Quienes disfrutan de los privilegios son esos pocos, los lacayos apenas son rescatados del mar de inseguridad y miseria creado por el sistema y por eso creen ser parte de la banda y se aferran a lo poco que les dan.
Al resto les queda la simulación de que son parte del gobierno porque hay urnas donde ponen votos de vez en cuando.
Problemas difíciles de resolver. El perro se ve como parte, pero no tiene la posibilidad de cuestionar que lo es como perro.
Pero así como la población no gobierna ni ha gobernado jamás, tampoco se ha liberado ni se liberará jamás por propia iniciativa. Eso es trabajo también de minorías. Minorías que vean la jaula, que comprendan las relaciones, que se den cuenta de que la política en este contexto no es ni debatir “proyectos” ni hacer encuestas, sino de encontrar o hacer agujeros al cerco. Las víctimas activas y conscientes de los despotismos no luchan por ganar el favor de aves de criadero, sino por deponer un sistema.