Los cordobeses vivieron en carne propia la paradoja política de sostener con altísimos impuestos e inflación un estado nacional que se declara prescindente cuando sus vidas y propiedades están en peligro. El kirchnerismo ha provocado por su torpeza y espíritu vengativo el “efecto Sobremonte”.
Así como el marqués de Sobremonte, virrey del Río de la Plata, abandonó la ciudad en 1806 con “la caja”, dejándola librada a su suerte, Cristina Kirchner dijo una vez más “el estado es mío”, pero cometió el mismo error de aquel personaje histórico. Aquella vez los porteños entendieron su realidad, el sometimiento era sin contraprestación. Tres años después de la segunda invasión inglesa ocurrió la Revolución de Mayo.
Como si hubiera querido sumar motivos a mi afirmación de que las provincias deben independizarse, lo que hizo el oficialismo fue como Sobremonte emprender la retirada y develarse.
Pero hay algo más. Parte del mito fundante del despotismo nacional socialista en el que estamos es el odio a la policía por su función de detener al crimen. El neo-patriotismo que se enseña en las escuelas se identifica con bandas armadas que buscaban instalar un sistema totalitario en los 60 y 70 y la policía representa el aspecto del estado que los pone en evidencia como enemigos de la vida y la propiedad de la gente indefensa. Esto ya no tiene que ver con crímenes en particular que se hayan cometido desde la policía para responder a aquella violencia. En un proceso que lleva ya más de treinta años lo que se ha hecho es deslegitimar a la función policial en sí, así como hemos pasado de castigar la ilegalidad de la represión a conceder honores a los terroristas. Que tengamos seguridad y que los de la policía sean “los chicos buenos” pone en peligro la pretensión de heroicidad de los delincuentes jubilados, reduce la “revolución” a una serie de tipicidades del Código Penal.
Sin embargo el punto al que ha llegado la política de inseguridad ya permite hacernos preguntas más profundas sobre el rol del poder público, como una segunda parte del efecto Sobremonte. Hasta acá estamos pagando unos aparatos policiales gigantes, con gente mal remunerada, insatisfecha, mal tratada, atada de manos, tentada cuando no ganada por el narcotráfico. Son capaces de autoacuartelarse y permanecer impávidos mientras Córdoba es saqueada, lo que demuestra su deterioro moral profundo. La pregunta que sige es ¿Cuánto tardaría la gente en organizarse por si misma para defenderse de un modo más eficiente, seguro, barato y confiable que el estado por medio de la policía?
Anarquía fue la palabra más usada por los observadores cercanos del problema, pero ampliemos la mirada. La retirada (explícita) de la policía estatal no dio tiempo a nada. Hubiera sido lo mismo si un día ENTel hubiera cerrado y con una visión corta llegáramos a la conclusión de que el estado no era tan malo en la materia, algunos teléfonos al menos funcionaban ¿Hubiéramos dicho que el cierre de ENTel era anarquía o el propio fruto de la inoperancia?
Lo que vivimos fue la última deserción de un sistema policial acabado y gente que vive bajo la ilusión de ser protegida pero no lo está, más allá de la pizzería que paga su peaje. La indefensión de la población es parte vital del monopolio policial y también del negocio de los delincuentes (me refiero esta vez a los de calle, no a los electos).
Los ciudadanos son incentivados a renunciar a su defensa y dan como un hecho la omnipresencia estatal. También ha deslegitimado el nofascismo el derecho a defenderse, porque si la gente se defiende quiere decir que está mal atacar, mientras ellos nos quieren convencer de que era una muestra del amor que tenían por el país. Su auto-indulgencia requiere que defenderse también esté mal.
El hecho es que nadie estaba preparado para un cierre policial pero a pocas horas de desatada la violencia se organizaban empalizadas para detener a delincuetnes en motos. Así se reaccionaba al vacío dejado por la policía. Si alguien imagina que una Córdoba sin policía hubiera perpetuado el dominio de las bandas de las primeras horas, se equivoca. Esos grupos son la contrapartida del equilibrio que la policía estatal supone, que avanzan ante el retiro de su contrincante y muchas veces socio. Son cazadores en el gallinero armado por el propio estado.
Con mucho menos esfuerzo de lo que hacen los cordobeses para mantener a la policía podrían organizar la seguridad de sus barrios, aunque no todos contribuyeran (igual que ahora). Los decentes son muchos más que criminales, solo necesitan tiempo para organizarse, pero no hay duda de que es gente más inteligente, creativa y productiva. Las bandas perderían toda rentabilidad porque no entrarían en los barrios de clase media así como no pueden actuar con impunidad en las zonas marginales porque ahí, donde no hay policía, se les responde en sus propios términos y hay poco de qué servirse. La importación de botines desde los mejores barrios terminaría y con ella el negocio del delito. El robo al vecino es de altísimo costo.
Hoy por derivación de este segundo efecto Sobremonte millones de personas honestas y pacíficas están pensando en todo el país en cómo defenderse. Habilitar esa inteligencia el sentido de autodefensa tendría un efecto sobre el crimen fulminante.
Hasta aquí la policía apenas viene sirviendo como chivo expiatorio entre los que glorifican sus delitos del pasado y los que tienen la ilusión de la caballería llegando. Cada vez que actúan o lo hacen mal de verdad o son culpabilizados de manera injusta. La fuerza policial que haría real el sentido protector del estado sólo concentra el pecado y se asocia al crimen porque de todo lo que los rodea parece ser el orden que les resulta más confiable.
De los problemas no siempre se sale por el lado de dónde vienen, a veces hay que saltar por encima de ellos como en 1810.
En medio de las banalidades y equivocadas interpretaciones de los saqueos este es artículo inteligente y profundo que tiene la virtud de mostrarnos el bosque en vez de detenerse para admirar algún que otro arbolito. Felicitaciones!