La tentación
Por José Benegas
(El siguiente documento es traducción y reconstrucción del que fue enviado por un anónimo al Museo Británico el 7 de marzo de 1982. Algunos blancos debieron suplirse con la imaginación de los intérpretes. Por razones obvias, jamás fue puesto en conocimiento del público. Tampoco fue registrado y a la fecha el original se encuentra desaparecido, aunque nunca fue denunciada su sustracción. Se ruega discreción en su difusión)
Supimos que el primer día el Creador hizo el universo y nos dio un lugar llamándolo Eden.
Usó sus mejores colores en el cielo, en los mares, en los bosques. Luego dio vida a las plantas y los animales, desde los más pequeños y simples hasta los más complejos. Dispuso todos los elementos en un equilibrio perfecto.
A cada ser vivo le imprimió instrucciones para proveerse de alimento, reproducirse, nacer, crecer y morir, evitar los peligros, asociarse a sus congéneres, dependiendo de la especie. Las instrucciones pasaban de generación en generación, pero también se ajustaban de acuerdo a los deseos del Creador. La red era funcionaba en armonía, los días sucedían a las noches, todo cambiaba, pero nada cambiaba. Cada vida se desarrollaba según ese plan y en algún momento llegaba a su fin para dar inicio a otra vida.
Nuestra especie, los primeros antepasados de los que tenemos noticias, como todos los otros seres vivos, se alimentaba según lo establecido. Ellos comían los frutos de los árboles debidos y disfrutaban de su existencia con pleno conocimiento de todo lo que debían hacer, hacía dónde ir, cuando descansar y como relacionarse entre ellos y con las otras especies, con las que vivían en una perfecta paz. De los frutos de los árboles debidos obtenían los nutrientes para una vida completa y sana y a su vez el conocimiento de lo que necesitaban saber. Ni más ni menos. Carecían de preocupaciones porque lo que les ocurría era también lo que les debía ocurrir. Convivían con su entorno en un estado de tranquilidad, comprendiendo su mundo tal como el saber que florecía dentro de ellos les indicaba, sin necesidad de esfuerzos ni tensiones. Nada alteraba su devenir, como tampoco el de otros animales y plantas. Eran como el sol y la luna saliendo y escondiéndose en el horizonte cada día.
No se sabe qué extraño designio cambió las cosas para los nuestros al segundo día, pero sus consecuencias siguen ocurriendo hasta el día de hoy, y seguirán, es muy probable, cuando las próximas generaciones conozcan esta historia. Ella, que no tenía nombre, había estado todo horas mirando al cielo. Observaba a sus hermanos llamados aves flotar en el aire de un lugar a otro. No se transportaban con sus pies pegadas a la tierra. Agitaban sus alas y se elevaban, a veces se dejaban llevar por el viento en una danza que se le antojó placentera. Quiero volar, dijo.
El, que tampoco tenía nombre, la miró sin comprender cómo ni por qué había dicho semejante cosa que nada tenía que ver con ninguna instrucción. No era dado querer alguna cosa que no se tenía, ni comportarse de un modo no resuelto para la más plena adoración del ser tal como era. Ellos eran como eran y como debían ser. De un modo perturbador esas palabras no eran parte de nada conocido.
Sin tener en cuenta la contrariedad de El, Ella insistió con su deseo de volar y El en un principio intentó persuadirla. Ese deseo, le dijo, no viene con nosotros ni nos ha sido dado por nuestro alimento. Ese deseo no es un deseo, concluyó. Ella supo persuadirlo, con lo que los acontecimientos se precipitaron. Le dijo que volar sería placentero y bello. Sería mejor que caminar, haría de ellos unos seres muy especiales.
La tentación se apoderó de El, que repitió varias veces la palabra “especiales”, pero señaló que para poder volar tendrían que dejar de saber lo que sabían. Si sabemos permanecemos pegados al piso y unidos a la fuente que nos dice que somos, qué hacemos, qué queremos, qué vemos. Dejemos de alimentarnos del árbol debido, propuso Ella. Y lo hicieron. Ese día no se alimentaron.
Fueron invadidos por una sensación que no conocían, que ahora le llamaríamos miedo. Algo que no debía ocurrir había ocurrido. Algo que ahora entendemos como que no debería ocurrir porque en aquellos tiempos lo que debía ocurrir y lo que ocurría eran una única cosa.
Después del miedo el deseo de comer se hizo más fuerte. Sus cuerpos sabían que hacer, pero ellos deseaban más allá del saber. Si no comemos del fruto debido, deberemos pensar qué otra cosa comer. Miraron a su alrededor, recorrieron el bosque en busca de algo que se pareciera a lo que debían comer pero que no fuera la misma cosa. Algo que comieran las aves, eso era lo más adecuado.
Siguieron con la vista el vuelo de un grupo de pájaros azules y negros que se dirigían hacia la pradera. Los vieron picotear el suelo y comer semillas y las imitaron. Durante un tiempo las comieron, aunque no parecían tener como efecto el permitirles volar. Sentían necesidad de comer otras cosas y probaron frutos de otros árboles, que no habían sido hechos para ellos. El tomó uno y lo olió. El aroma era agradable y dejó que Ella lo sintiera. Ella le dio un pequeño mordisco, la sensación fue placentera, nueva. Lo nuevo era algo nuevo.
Comieron hasta saciarse y se recostaron en el piso a mirar al cielo. Las aves otra vez iban y venían. El alimento no les transmitía ningún tipo de saber. Rieron.
Aquellos hechos se vivieron en todo el Eden como una gran conmoción. Alguien había hecho algo sin saber, algo no previsto ni planificado. Alguien había abandonado el mundo perfecto y quebrantado el compromiso de la vida. Alguien se había puesto en el papel del Creador y había salido del lugar de la existencia plena en el que ser, deber y querer se confundían, para bien de todos.
El y Ella por primera vez entendieron al mundo como algo distinto a ellos, que no les daba respuestas sino preguntas. El y Ella dieron inicio a nuestra especie como la conocemos hoy.
Aunque ningún otro animal los siguió, todos los seres del Eden experimentaron esa nueva sensación llamada temor. Porque cuando El y Ella dejaron de alimentarse cómo era debido, pudieron los demás entender que las cosas podían ocurrir de un modo inesperado, aunque ellos quisieran seguir unidos al modo en que las cosas debían ser.
El Creador no tardó en hacerse presente. Eso fue al tercer día.
– ¿Qué es lo que estáis haciendo?
– Queremos volar y para volar tenemos que no saber nada, porque saber nos ha llevado a no poder volar. Esta vez fue El quien habló por ambos.
– Eso no lo he previsto.
– Lo sabemos, venía con nosotros reconocerlo y el árbol de los frutos de nuestro conocimiento nos lo decía.
– ¿Entonces?
Pero lo deseamos.
– ¿Acaso les ha faltado algo? Ustedes son mi obra más perfecta
– No nos ha faltado nada que tu hayas deseado que necesitemos
Lo último irritó al Creador.
– Ustedes dos, mis hijos, han quebrantado la ley sin remedio.
Les hizo saber que estarían a partir de entonces perdidos en la incomunicación. Ya no podrían hablarle ni escucharle, pero tampoco lo podrían hacer con ningún otro ser de la creación.
Tú que ambicionas deshacerte de los conocimientos, a partir de hoy llevarás el nombre de lo que quieres ser. Te llamarás Nada, le dijo a El. Y tú que lo has tentado con tu deseo de volar, te bautizo Ave, a ver si logras lo que sueñas. Nada y Ave, vuestras ambiciones los han condenado. Ganareis el sustento con el sudor de vuestra frente.
Nada y Ave pasaron tiempo perdidos en el temor de la ignorancia y el desamparo. Hubo momentos en que se sintieron arrepentidos de su decisión. No podían tampoco pensar en volar, tuvieron que aprender a vivir sin conocer las reglas, ni recibir instrucciones de ningún tipo. A veces enfermaban por comer lo que no les hacía bien. Pensaron en la forma de cubrirse ante el frío y resolver cada uno de los inconvenientes de su supervivencia solitaria. Pero lograron pasar esa primera etapa de desconcierto cuando poco a poco pudieron acumular nuevos conocimientos, distintos a los que les habían sido impresos o transmitidos antes, con los que ya no contaban. Encontraron otras formas de explicarse el mundo en el cual vivían. A veces sus conocimientos dejaban de servirles pero encontraban la manera de conseguir otras explicaciones. También descubrieron muchos nuevos deseos que en ocasiones lograban satisfacer y otras no, pero que hicieron que el de volar quedara postergado.
Engendraron hijos y los vieron crecer. Los descendientes de Nada y Ave se multiplicaron por varias generaciones naciendo ya separados de la red del Creador.
Hubo un tiempo, al sexto día, en que los descendientes de Nada y Ave ya no sabían si la historia de sus antepasados era real o sólo una fábula. Fue cuando algunos de ellos se pusieron a pensar en que querría de ellos el Creador si estuvieran todavía conectados. Hacían reuniones y debatían durante horas acerca de cómo sería el Creador, si él aprobaría determinadas cosas e inclusive a determinadas personas. Los llamaban los religadores. Buscaban respuestas acerca de lo que debía ser, de acuerdo a lo que creían ver impreso en ellos mismos. Escribían libros, daban consejos, predicaban lo que llamaban las enseñanzas del Creador. Decían que podíamos ser perdonados por el error de Nada y Ave.
No todos eran convencidos por los religadores. Muchos se ocupaban de ver cómo eran las cosas, cómo eran los busques, los animales, las personas con las que establecían sus lazos. Así fue que la sociedad de los descendientes de Nada y Ave se dividió entre los que querían ver y los que querían creer.
En el séptimo día los religadores habían logrado tomar el control de la sociedad. Establecieron las reglas de lo que debía ser en base a la palabra del Creador y castigaron severamente a quienes se atrevían a desobedecerlas. Sobre el final de ese día se reunieron a debatir asuntos de su credo. Uno de ellos quiso abrir la discusión acerca de los métodos utilizados para lograr lo que debía ser. Su fundamento fue que de acuerdo a la historia conocida de Nada y Ave el Creador, aún siendo contrariado, y aún condenándolos, había dejado que siguieran su camino como lo habían elegido.
Pero ese objetor también fue castigado por apartarse de la Doctrina Correcta. El consejo de Portadores del Saber, determinó que la historia de Nada y Ave había sido distorsionada por los infieles y la reescribieron. El Creador, decidieron, los había expulsado por comer del Fruto del Árbol Prohibido, por querer reemplazarlo y hacerse portadores del conocimiento que solo se obtiene por la religación y el contacto con los Portadores del Saber. Saber, dijeron, es aceptar las interpretaciones del consejo.
Ordenaron quemar cualquier documento que testimoniara la historia original de Nada y Ave. Este relato, transmitido a mí por mi padre y a él por el suyo, en una cadena que no sabemos cuándo se inició, hasta que la volqué a este papiro porque temo morir y no tengo descendencia, puede que sea el último rastro de la verdadera historia.
Para que toda pista se perdiera los religadores también cambiaron los nombres de nuestros primeros antepasados invirtiéndolos.
José, leiste a Ralph Waldo Emerson? Creo que te resultaróa muy afin, empezando por “Self Reliance”.
La historia no terminó aquí.
Cristo en sus parábolas dijo que los
animales estaban protegidos por las
manos de Dios: “Yo les aseguro que ni Salomón en el esplendor de su Gloria se vistió como uno de ellos…”
Pero para los humanos (o como sea)la olvidada parábola de los talentos cayó en desuso gracias a los planes sociales.
A Cristo lo crucificaron, para los
que creemos porque dijo que era hijo
de Dios…
nunca entendieron que los animaba
a volar.
A pesar de toda comodidad decidieron ser libres, y el creador no luchó contra ese deseo.
Pero no los castigó, solo que si deseaban ser libres debían estar lejos de toda intervención divina.
Muy bueno!
En primer término,la parábola no habla de animales sinó que dice:”miren los lirios del campo…yo les aseguro q….”
Luego,¿quién alguna vez no se tentaría en contrariar ese consejo de sabelotodos?
Por último: …e pure,si muove!!!(siempre hubo transgresores mas sabios que los dueños de la verdad)
La libertad no es gratuita.