Sin fe, sin esperanza, puro sacrificio

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Hay una manía de explicar al poder, absolviéndolo, porque la Argentina se transformó en un país a los pies del gobierno después de varias generaciones de estatismo. Scioli era en la imaginación de esta genuflexión básica, un “tiempista”. “Está esperando su oportunidad” decían; el momento en el que se consagrará como el campeón del aguante y de el batacazo.

En ese cuento justificatorio hacía falta esperar al momento en el que el kirchnerismo tuviera que ponerlo como candidato para que conociéramos al “verdadero Scioli” que nunca había sido K de verdad.

De acuerdo a este relato el ya ex representante de la buena onda no adhería en el fondo al “proyecto”, apenas había decidido agachar la cabeza cuando al principio del mandato K se había presentado en Estados Unidos como la “esperanza blanca” y había manifestado que era necesario actualizar las tarifas de las empresas de llamados “servicios públicos”, queriendo marcar la cancha. Néstor Kirchner le pegó cuatro gritos, le echó a sus pichones de la secretaría de Turismo y el rebelde Scioli se diluyó como un helado en el Sahara.

Desde ese momento, 12 años atrás, conocimos al Scioli humillado, incapaz de contestar preguntas o de afirmar otra cosa que “con fe, con esperanza, con sacrificio”, lo que era interpretado como una metodología política genial, pero era nada más que esclavitud intelectual y moral. Se comió todas las eses y las transformó en “eshes” como su amo, de tanto esfuerzo por esconder. En un país agachado esas características son rápidamente confundidas con “sacrificio” o “aguante”. Scioli fue imaginado entonces como un mártir, que ofrecía su martirio para llegar sin confrontar al momento consagratorio en que disolvería al kirchnerismo sin sangre. Pero no, estaba cuidando su cargo.

Tanta locura representaban los maléficos K que Scioli se convirtió de esperanza blanca en esperanza gris, porque algo había que tener si ni había prensa ni mucho menos una oposición que pusiera un freno. Como no se pensaba hacer nada para terminar con un gobierno criminal como lo hicieron en Guatemala o se hace en Brasil por muchísimo menos, lo único que quedaba era imaginar unicornios azules.

Pasaron los años y mientras obtenía el Felpudo de Oro, el establishment prefería interpretar cada agachada como un gran manejo de los “tiempos”.

La realidad era que Scioli fue sumado a la fórmula pingüina en el 2003 para darle air a un candidato inexistente como Kirchner, con un personaje identificado con Menem. Esa cuota de menemismo hizo posible que el desagradable K arañara el segundo puesto y convocara a su alrededor a todo el antimenemismo, de modo tal que Menem se bajó de la contienda. Scioli sin embargo se encargó de aclarar: “Menem sabe que nunca lo voy a abandonar”.

A los pocos meses se quiso hacer el vivo y el proyecto de quintacolumnista se transformó en un osito cariñoso justificando todo.

El apoyo de Scioli fue fundamental en cada elección del kirchnerismo dado que el Felpudo atraía un voto muy diferente al voto del nuevo fanatismo construido por los K con plata y extorsión. Si saltaba el “modelo” moría, todos lo sabían pero nunca lo hizo. Entonces venía la frase repetida: “está esperando”. Scioli tuvo siempre los recursos políticos para apartarse, pero nunca se animó. La última vez fue en el 2013, cuando tenía hasta listas acordadas con Massa y a último momento se entregó a sus amos.

De manera que la idea de que Scioli era otra cosa puede ser tan cierta en el como en el resto de los K. Todos son otra cosa, en definitiva se trata de una banda de mentirosos. Los de la Cámpora son otra cosa, pero han vivido como reyes diciendo que la señora era una genia, Los estafadores en general son otra cosa. Se olvida, para dejarse atraer por la irresponsabilidad cómoda del mito, que se puede decidir qué ser, sobre todo para conservar cargos políticos. No es novedad. Lo que es Scioli en si, no juega en él papel alguno en lo que hace como no lo juega en la vida de ninguna persona deshonesta. En la Argentina degradada esa deshonestidad era interpretada en favor del poderoso como ese martirio.

Para no extender esto demasiado, la última oportunidad para el “verdadero Scioli”, se presentaba después de que quedó como el único candidato del Frente para la Victoira. Quedaba liberado para abandonar a sus supuestos jefes de conveniencia sin siquiera un portazo y salir a conquistar votos independientes prometiendo la renovación desde adentro, en contraste con la renovación desde afuera de Massa o la oposición no confrontativa de Macri. No lo hizo, no supo, no quiso o no pudo, pero el señor seguía manejando una cantidad importante de pauta publicitaria y era un potencial suministrador futuro de recursos, de modo que eso también ayudaba a continuar con la interpretación benevolente: Scioli ahora en vez de esperar a que los K se jugaran a ponerlo de capitán del barco, colocando de subcapitan a Jack el Destripador y llenándolo de leyes para que el estado sea manejado desde la pingüinera, tenía que esperar a la primera vuelta donde se rebelaría definitivamente. Esos eran sus nuevos “tiempos”. Mientras tanto tenía que gritar su fanatismo por YPF y la fertilización asistida, la fe, la esperanza y el sacrificio.

Salió mal toda la historia porque no solo no ganó en primera vuelta sino que empezó perdiéndola. De tanto ratificar su adhesión K, el amianto se quemó. Al final se impuso por un margen ajustado. Ya no era ni cuestión de tiempos ni de ninguna cosa, los K en su hundimiento lo estaban arrastrando. Despegarse de ellos en ese momento no tenía costo alguno, se trataba de una cuestión incluso de vida o muerte. En vez de eso mató al payaso buena onda en la escena final, activó una Rabolini versión Diana Conti y se consagró como un nuevo Luis D’Elía, fanático de lo peor del kirchnerismo, gritando slogans fascistas para desmentir cualquier esperanza de que fuera a rebelarse, incapaz siquiera de dibujar una sonrisa falsa que durara más de un segundo.

Este suicidio en casa de sus amos que lo llevó a descargar toda su represión de años, la cárcel que se construyó, hacia afuera y no hacia sus carceleros, lo consagra como un esclavo de alma que decide incendiarse junto al cadáver de sus torturadores. El tiempo del tiempista ya pasó. Quedan sus intérpretes cambiando de interpretación por un relato más conveniente a lo que vendrá.

 

By Jose Benegas

Abogado, ensayista y periodista. Master en economía y ciencias políticas. Conductor y productor de radio y televisión. Colaborador de medios escritos, televisivos y radiales. Analista y conferencista internacional desde la perspectiva de la sociedad abierta y las libertades personales a las que ha dedicado su obra intelectual. Dos veces premiado en segundo lugar del concurso internacional de ensayos Caminos del la libertad.

5 comments

  1. A mí Scioli(to) siempre me recuerda a una novela mágnifica llamada «El desierto de los tártaros», de Dino Buzzati, en el que el protagonista se pasa la vida esperando su momento de gloria en un combate contra un enemigo que está siempre por atacar. Pasan varias décadas y cuando este finalmente ataca, el personaje se lo pierde.

  2. Excelente artículo, una locura la política y los políticos en Argentina, los campeones en la demagogia y el estatismo. Sigue dando la pelea José, te leo siempre.

    Carlos de Perú.

  3. Scioli representa la lacra del peronismo. Esa lacra tardará poco en reagruparse y volver. La pelea estará ahora en quien puede ser mas poderoso, la Campora o los Peronistas de Peron. Ahora se viene lo feo. La fiesta termino, ahora hay que levantar un pais quebrado, sin un dolar y con una poblacion acostumbrada a dadivas. Ojala Macri pueda resolver los problemas.

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