Robar es fácil. Bajo la moral del poder actual está permitido y la inmensa mayoría que no roba sólo se mantiene así porque quiere. La Argentina es en realidad la demostración de que el aspecto coactivo detrás de la vigencia del derecho es relativo. El empalago que sentimos hoy ante los saqueos de la marginalidad del “modelo”, sumado al de los marginales que nos gobiernan, junto con una cultura de la marginalidad que se expresa solo en parte en la glorificación del terrorismo y la estigmatización de la producción, son nada en contraste con una inmensa mayoría, asombrosa, que no roba aunque se haya creído que son más las veces que está bien (estado de bienestar, reparto de riqueza, impunidad de la izquierda para robar o del poder, asalto callejero que suponen culpa de las víctimas de los asaltos) que las que está mal. Esto es un gran capital moral inexplotado.
Sin embargo, hay una línea más allá de la cual todos robaremos. Las hordas liberadas en la calle más las hordas en el poder pueden llegar al punto en el que pongan en juego no nuestras convicciones pero si su efectividad, su conexión con el contexto. Robaríamos el pan en un campo de concentración y robaríamos si mantener nuestra propiedad en un ambiente de salvajismo revolucionario resulta imposible y no hay otros con los cuales dar por sobreentendidas reglas de mutuo respeto.
Lo que vemos hoy es a los lacayos de la déspota caprichosa y dispacacitada moral en un festival de hibris del latrocinio, la mentira, la agachada, la trampa y la traición. Una sociedad en la que cada vez más gente entiende que la ley no tiene sentido y ni siquiera la ética. El infierno hobbesiano traído de la mano del positivismo democratista en el que poder/ley/etica se acuestan y confunden en beneficio del primero, en desmedro de las otras dos y nos llenan de veneno.
Los saqueadores de hoy están completando el cuadro. Son como Kicillof sin tanta retórica. Son hijos de la “Asignación Universal por Hijo”, robo general que nos prometía la Coalición Cívica que terminaría con el robo hormiga, pero que el kircherismo entendió mejor como el robo masivo que haría tolerable el robo de la corona.
Robar entonces es fácil. Pero veremos rápido que es más caro que no hacerlo. El costo de oportunidad que se paga por no respetarse es gigante, la civilización es el producto de entenderlo.
Esa mayoría que no roba lo sabe aunque no lo puede expresar y aunque su mala consciencia creada por la deseducación moral diga lo contrario. Pero para ellos como digo también hay un límite. Llega el punto en el que pueden actuar como les dice su moral y su gobierno. Entonces estará todo perdido.