Un economista decide crear una “economía”, pero en vez de hacerlo sobre un territorio nacional, selecciona a todos los llamados “José” en al mundo. Como es muy ordenado pone todos los nombres y sus ubicaciones en una planilla de Excel. Son 12.365.321 Josés, de un nuevo país virtual al que llama Joselandia, producto, como todos, de un agregado. La diferencia entre Joselandia y Argentina, es que es imposible formar un gobierno de los Josés, porque es carísimo perseguirlos para cobrarles impuestos y más todavía hacer realidad el monopolio de la fuerza. Pero en fin, a los efectos de analizar la economía como se la analiza hoy en día, en base a agregados, hasta se diría que este conjunto está menos contaminado por intereses políticos.
Los ingresos anuales de Joselandia ascienden a 360 mil millones de dólares, que los Joselandeses gastan de la siguiente manera:
Comida 100.000 millones.
Esparcimiento 100.000 millones
Salud 40.000 millones
Vivienda 60.000 millones
Otros 60.000 millones.
Un día el economista se compra un software de la empresa del Pokemon Go, que le permite tener el control de la actividad de los Josés del mundo. A partir de que se conoce la noticia, le empiezan a llegar pedidos de algunos Josés en base a que para un José no hay nada mejor que otro José y por lo tanto sus negocios en declinación tienen que protegerse.
Al economista le pareció una gran idea, porque después de sus doctrados, post doctorados y premios Nobel, había llegado a la conclusión de que no se pueden dejar las cosas libradas a la arbitrariedad del mercado. Para arbirariedad, mejor la arbitrariedad de alguien que sepa. El tenía título justamente de economista, así que podía manejar la economía, así como un meteorólogo tiene que decidir si va a llover o no. Lógica pura, una cosa se sigue de otra, como se la enseñaron en el colegio.
El grupo más elocuente de joseces lobistas eran los de los alfajores Pepe. El gasto en alfajores estaba dentro del ruro “otros”, se consumían 10.000 millones anuales en alfajores Pepe. Si, es que estaban muy buenos. Bueno, hasta ese momento, después de que se aplicó un arancel a la compra de alfajores de terceros, sobre todo los fabricados en China que costaban la mitad (ojo, costaban la mitad por malas intenciones de China. Antes los chinos tenían buenas intenciones y los cobraban el doble. Todo tiempo pasado fue mejor). Entonces los Joseces pasaron a consumir unos alfajores de menor calidad y la industria fue languideciendo. Los ingresos de los Josés empezaron a bajar numéricamente, además de que por el mismo valor ya no obtenían lo mismo que antes, así que en términos de satisfacción de sus necesidades, venían para atrás. El economista fue tomando más medidas como asignar un monto de alfajores mínimos que era obligatorio consumir por mes. Los joseces eran muy disciplinados así que cumplían con la ley, digo, la orden, en fin, eso. En la misma aplicación se agregó una pestaña de “ética”, en la que se promovía la política de para un José nada mejor que otro. Incluso se creó una bandera y un himno. Todo muy emocionante, pero los problemas seguían el mismo curso. Peores alfajores, más caros, que requerían más aranceles.
Un día un almacenero le compró el negocio al economista, que se retiró y puso a escribir sobre la historia de Joselandia y la virtud de ser joselandés. El almacenero no tenía amigos alfajoreros, por lo tanto quitó todo arancel a la compra de alfajores de terceros. Lo que se conoce en el rubro como un salvaje capitalista. Un tipo que por supuesto no había leído ningún libro de la nueva economía y ni siquiera sabía el himno de Joselandia.
Lo que pasó fue que al otro día los Joseces gastaron la mitad de lo que gastaban en alfajores comprando los chinos, que estaban cada día peor intencionados. Los Josés alfajoreros se fundieron, sus empleados quedaron en la calle y todos los economistas del mundo trataron al almacenero, que, por supuesto, se llamaba Manolo, de animal y mala persona. Pero resulta que ahora a los joseces les sobraban 5 mil millones, así que algunos de los acreedores de los industriales alfajoreros que se quedaron con sus bienes se pusieron a hacer empanadas, que se convirtió en toda una nueva industria de que manejaba 2 mil millones anuales. Otros pusieron unas tiendas de venta de alfajores donde la gente se sentaba a comerlos con café. Esta actividad explotó realmente, unos 3 mil millones se empezaron a gastar en eso. Otros se dedicaron a otras cosas usando su imaginación, porque descubrieron que si no lo hacían, tampoco podían comprar los alfajores chinos. En fin, el pronóstico de que los Joceses del mundo verían achicar sus economías por comprar alfajores chinos, no se cumplió, porque para comprarlos todavía tenían que producir algo y además ahora les sobraba dinero para comprar otras cosas. Al final la gente que trabajaba para las nuevas industrias era mayor y mejor paga.
En la planilla de Excel ahora figuraba un ingreso de los Joseces de 370 mil millones. Los alfajores ya no se compraban entre ellos, sino a otra planilla de Excel, la de China. Costaban la mitad, pero para comprarlos los Joseces tuvieron que ponerse a fabricar algo que los chinos quisieran a cambio de los alfajores. Y si no fueran los chinos, cualquier otra planilla Excel de la que pudieran obtener las divisas necesarias para adquirir su golosina favorita. Si no exportaban algo a otra planilla de Excel, no tenían forma de adquirir los alfajores más baratos. Consiguieron exportar empanadas y así todo el negocio cerró. La productividad de Joselandia aumentó.
Manolo dio un discurso por Youtube donde explicó en qué se había convertido la economía: en una ciencia que explica que el progreso y sus dolores, deben ser evitados y que en eso consiste básicamente el secreto de la prosperidad. Propuso cambiarle el nombre por “política”. Después se convirtió en Youtuber y cerró la aplicación. Llegó a la segunda conclusión: Agrupar a la gente colectivamente por cualquier criterio para simular una ciencia objetiva, no tiene ninguna utilidad.
Un día Manolo encontró en internet un libro que explicaba todo, también era de economía, pero muy distinto a como la entendía el economista. Se llamaba Economía en una lección, de Henry Hazlitt. Hizo una aplicación para enseñar esta nueva ciencia.
Me ENCANTA leerlo Benegas. A usted le sale naturalmente lo que Milei tiene que memorizar (y entonces pierde la gracia), a Espert no le sale (ni quiere que le salga) y a Mr Bugman le sale pero en Twiter, que no es lo mismo porque necesita ser sintético.