El señor Kicillof banaliza su “chiste” de ofrecer suministrar el listado de los que pagan el impuesto a las ganancias a la prensa. Total qué le importa que durante todo el período del régimen al que representa el ojo fiscal haya sido utilizado como método para aterrorizar a cualquier disidente, competidor, persona que quería hacer un negocio que querían ellos o que quería conservar un negocio con el que se querían quedar. Tan gracioso como aquella solicitada en el día del periodista en que su gobierno decía, chistoso también, “hoy estamos apretando a los periodistas (con un fuerte abrazo)”.
Bromita hecha desde el poder del que deja claro que nos tiene a tiro. Para ellos es la diferencia entre hablar en joda o hablar en serio, pero la amenaza queda, porque no hay ley. Tan ausente está que el payasito sádico no renunció por su exabrupto. Pero lo que más preocupa es que no existan los frenos institucionales para conductas de esa naturaleza. El sólo hecho de que la población crea que eso puede ocurrir, la coloca a merced del autoritarismo más oprobioso.
Se que el sentido republicano ha sido tan dañado que un número importante de personas ni siquiera comprende el problema y hasta podrían reaccionar diciendo que el que no tiene nada que esconder, no tiene nada de qué preocuparse, como repiten todos los regímenes que terminan haciendo cosas horrorosas. Como le dijo el señor Parrilli a un grupo de empresarios: “los vamos a proteger, no a espiar”. Pero independientemente de que no es el más alto fin del estado la recaudación, sino su más cuestionable medio, ser persona implica tener un ámbito de reserva, no estar expuesto, tener secretos, manejar con libertad la propia información sensible. De hecho las técnicas de despersonalización en los campos de tortura, incluyen siempre la desnudez, la amenaza caprichosa y la reglamentación puntillosa en la que no quede margen a la autonomía. Dicho esto para los que argumentan que el problema se hubiera producido recién si el ministro hubiera entregado el listado al peridista.
La vigilancia, la sensación de observancia, el sentirse desnudo frente al estado, deslegitimado en taparse y teniendo que estudiar reglamentaciones absurdas para realizar cualquier actividad lícita, constituyen en sí mismas el clima de vulnerabilidad en el que la población está psicológicamente dominada y es en medio en el que aparece la ocurrencia de Kicillof. Así han asustado al país, a la oposición, a los empresarios y a muchos periodistas, con la combinación de la presencia espectral del estado y la agresión e intimidación ejercidas de modo público por todos los niveles de gobierno, empezando por la cabeza.
Tenemos entonces dos problemas con los cuales lidiar. Uno es lidiar con una sociedad maltratada durante 12 años. El otro entender la ausencia de defensas constitucionales reales contra el abuso de poder. Entre tanto campeonato por redactar homenajes, no se ha visto la actividad legislativa necesaria para proteger a la población.