Los kirchner llegaron al poder con un país devastado y de entrada actuaron como conquistadores. Nadie lo quería ver, estaban muchos para inflar el izquierdismo que proponía como texto sagrado, con tal de que el estado los salvara de la hecatombe de la Alianza. Kirchner tenía todo servido, un “extasis” incontrolable por las cajas de seguridad y un conocimiento de las miserias argentinas como nadie que haya conocido. Tenía además un país capitalizado y lo agarró en una ola favorable histórica. Todo servido para sus planes.
La actuación de ambos fue siempre facciosa y desafiante de quienes los cuestionaran. Contrariamente a la mitología oficial obligatoria, lo que hizo fue vaciar de política los medios de comunicación que estaban a sus pies por la crisis. La televisión y la radio tenían menos contenido político del que habían tenido bajo control militar. Actuaba sin que la población pudiera estar informada de nada, ni que existieran organismos de control. Por eso de toda la gente peligrosa que sigue dando vuelta, la peor es la que reivindica a Kirchner y hace el cuento de que todo se arruinó con su mujer, que solamente es más obvia. Cuando todos estaban domesticados se peleó con Clarín y a partir de ahí comenzó dos acciones que marcan la segunda parte del plan de conquista. Una la construcción de una farándula fascista que lo glorifique, como cuenta Silvia Mercado en su libro sobre Apold y la compra masiva de jóvenes ofreciéndoles puestos públicos muy bien pagos, a cambio de liturgia y sumisión. Un plan medieval de creación de un vasallaje.
Es tragicómico ver a las figuritas del espectáculo expresar su fanatismo por la señora y mostrándolo como “convicción”, mientras la llaman “la jefa” y hacen alarde de que la seguirán a cualquier parte. Esa no es una relación de ideas compartidas racional, sino un acto se sometimiento que no se diferencia en nada al de los pueblos conquistados en los períodos más violentos de la humanidad. Arrastrándose en publico no demuestran compartir un “proyecto”, sino ser esclavos de cuerpo y alma de sus protectores. Lo mismo ocurre con esa juventud que se identifica como “soldados de Cristina”. Los ciudadanos no son soldados de nadie.
Desde el primer festejo del 25 de Mayo en el que huyó a Luján para que Bergoglio no le hablara de sus excesos, todos los actos de fechas patrias se dedicó al auto elogio. Hay una avanzada que termina con los últimos festejos del 25 de Mayo y el 9 de Julio en los que el rompimiento con el pasado y la inauguración de un nuevo mito patriótico relacionado nada más que con los conquistadores, pone el sello al fin de la Argentina, aunque se mantenga el mismo nombre. Los de 1816 dijo la señora, eran unos cobardes. Se los dijo a los de 2015, que lo son por ahora. Esta grupo conquistador entierra a la Argentina en cada acción y construye encima un absolutismo con liturgia mafiosa.
Siempre pienso en las sensaciones durante aquellos dos acontecimientos de 1810 y 1816. Nosotros lo leemos como algo simple y heroico en los libros de historia. Pero por ellos mismos habrán pasado sentimientos encontrados. Por un lado la necesidad de romper y por el otro la sensación de traición a lo que eran o a sus padres y al orden al que pertenecían. Para muchos habrá sido inconcebible, supongo incluso que para la mayor parte de la población inactiva. Se vieron en la encrucijada de elegir entre su pertenencia y su libertad. Me parece imposible conmemorar aquellas fechas, sin ese mismo espíritu de ruptura con estos conquistadores de ahora.