La idea del “Papa opositor” solo cabe en las pequeñas cabezas kirchneristas. El cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, fue puesto en el lugar de enemigo en el momento de plena complicidad de la sociedad argentina con un Néstor Kirchner ilimitado, en el enamoramiento con su “estilo”. Un vengador de alguna cosa, en el que un país que venía de un gran trauma podía depositar todas sus frustraciones, acompañadas de todos los permisos. Como ocurría con las botas en otros tiempos, el país era su estancia.
Kirchner suponía ser emperador y su intolerancia a cualquier crítica bastó para que una homilía en el año 2004 hablando de concordia lo viera al ahora Papa como una amenaza para su persona y cortara lazos con él evitando incluso el tradicional Tedeum del 25 de Mayo en la Catedral a partir de ese momento.
Pero si tuvieran que enumerar sus actos de enemistad, tendrían menos material que para inventarle un pasado oscuro en materia de derechos humanos. Por desgracia los medios extranjeros reciben la información contaminada por este clima creado al que nos hemos acostumbrado pero Bergoglio no ha sido para ellos otra cosa que un frontón sin vencer, alguien que no se agachó ante el poder del capricho megalómano.
La supuesta acción antikirchnerista del Papa Francisco no existe sino en la paranoia de un régimen que lo quiso poner en el centro de la difamación. Lo cierto es que ningún gobierno de los últimos 30 años ha tenido menos pronunciamientos críticos de la Iglesia a través de sus representantes que los de Néstor y Cristina Kirchner. De todos sus antecesores los prelados han dicho lo que han querido. A veces fueron duros, en general han sido críticos de cuestiones económicas sin mucha razón y nunca se tuvieron que cuidar de enojar al poder temporal como han debido hacer ante este despotismo sin ilustración.
Fue después de que Kirchner lo marcara como indeseable, repito, por sostener que el país necesitaba concordia cuando su plan era llenarlo de resentimiento, que el señor Verbisky descubrió vínculos oscuros con dictaduras del pasado, como una forma de servicio a la dictadura del presente.
Esa categoría, a la que el propio Premio Nobel de la Paz Perez Ezquivel ya aclaró que Francisco no pertenece, es puramente utilitaria en manos del gran titiritero de las reputaciones. La gente entra y sale de su infierno personal de acuerdo a las necesidades de impunidad o poder absoluto de su proyecto de poder. Así se ocupa de encontrarle a Bergoglio antecedentes, que sus jueces amigos después intentarán convalidar, mientras mira para otro lado sobre la colaboración del señor Timerman, Alicia Kirchner, o el propio matrimonio K nadando en millones. Así le inventaron un pasado convalidado por jueces sin ética alguna al señor Patti y convirtieron a Blumberg en un supuesto nazi, cuando ellos lo son. Así inventaron la historia falsa del robo de niños de la señora de Noble, mientras la tapaban cuando eran aliados.
El señor Kirchner eligió a ese derecho humanismo oportunista y ávido de fondos como aliado estratégico por su posibilidad bien aceitada de producir condenas e impunidades para construir su imperio político y económico.
Pero Bergoglio fue tan opositor como Blumberg, Cobos, el Campo, la Corte anterior y la que ellos nombraron, Esteban Righi, que ellos nombraron, el Juez de las Carreras, Mirtha Legrand o Clarín.
Todo proceso fascista moderno incorpora la tecnología totalitaria del régimen cubano de asesinato de la reputación, como una forma de aislar al rival y destruirlo civilmente. La única defensa contra ese proceder miserable, delictivo cuando se lo ejerce desde el poder, es el desagravio de la gente que nos gusta y de la que no nos gusta también cuando es injustamente señalada. Lo digo esto desde mis grandes diferencias con la Iglesia y con su Santidad en particular.
El Papa Francisco cometió la única audacia de lesa kirchneridad de no hacerse soldado de la causa Nac&Pop. Lo que ocurre es que cuando la tolerancia no existe y se construye un sistema totalitario, respirar es un desafío al poder.