La guerra es una empresa de valores colectivos. Esto es suficiente para sospechar de ella. Como ficción épica requiere mitos y símbolos, “verdades consensuadas” o, lo que es lo mismo, mentiras trascendentes que lleven implícita una cierta forma de divinidad humana. Para que bajo ese anzuelo traccionen ambiciones más pedestres, que de estar confesadas bajo su real miseria no provocarían ni una adhesión. Es ahí donde esa épica y las formas religiosas muestran su naturaleza de envoltorio y moño.
El autor de “La conquista del honor” descubre que los héroes no existen, que los fabricamos porque los necesitamos. Falto decir que los necesitamos en la medida en que hemos caído en el engaño de esos valores colectivos que esconden en verdad pequeñeces privadas de algún gran vendedor. La película que dirige Clint Easwood muestra las dos caras de la guerra: la propaganda y la mitología que permiten sostener lo insostenible y el campo de batalla dónde lo irreal no ayuda a nadie a sobrevivir, sino la conservación de la propia vida y la de los amigos. El “honor” lleva a los soldados a la guerra. El “egoísmo” los ayuda a evitar la muerte.
El ser humano sigue pensando que ese honor es mejor que ese egoísmo y por eso se sigue matando.
La película tiene una estética impecable, es muy eficaz en el relato de lo que intenta contar. Me recordó a otra vieja película bélica que golpeaba sobre las mismas contracciones llamada Gallipoli. Solo que en aquel caso el engaño era de “otros”. Clint Eastwood demuestra ser un gran director y entre las actuaciones la de Adam Beach resulta sobresaliente. Un Oscar no le quedaría grande.
El 13 de febrero se estrena la segunda parte “Cartas desde Iwo Jima” sobre la misma batalla contada desde el lado Japonés.
Mi calificación: 4 velitas y un encendedor.