La sacarina engorda

— 101.
— ¿101? No puede ser.
— Pero es.
— Me pesé antes de salir, daba 98.

La enfermera siguió llenando los datos de Alfonso como si no hubiera escuchado. Era tan habitual que las balanzas de los pacientes dieran menos que la de precisión de 900 dólares del consultorio y que lo hicieran siempre cerca de las cifras redondas, que le aburría seguir la conversación. Alfonso quedó mirando a la espera de continuar la disputa pero no tuvo más remedio que desistir. La odió.

El médico nutricionista que le recomendó su clínico, el doctor Alvaro Alvarez, lo recibió con una sonrisa. Le explicó el resultado de los estudios que le había hecho y le dio una serie de recomendaciones, que podrían resumirse en la necesidad de una hora de ejercicio aeróbico diario, prohibición de grasas, no azucar, no alcohol, drástica reducción de harina y un recetario de cocina cuyo contenido más excitante era una manzana asada preparada con edulcorante. Todo eso durante tres meses hasta el próximo control.

Acostumbrado a negociar por su profesión de político, Alfonso intentó explicarle que había leído sobre los beneficios del vino, la fuente de proteínas que es el asado, la antidieta y otras muchas teorías que encontró en internet, pero Alvarez ni siquiera se mostró interesado. Apenas le dijo: “Señor diputado, entienda que usted es el que tiene el problema, no yo. Mi trabajo es hacer que viva muchos años, le acabo de dar mi mejor consejo. Usted es un adulto y se necesita un adulto para combatir sus problemas de salud”. Tras lo cual, con otra sonrisa, lo acompañó a la puerta y lo despidió.

¡Que hijo de puta! pensó Alfonso. Le contó al llegar a casa a Gabriela lo que le habían dicho.

“Que desastre”, comentó ella.

— ¿Pero le dijiste lo importante que es para vos el encuentro con tus amigos los domingos para ver el fútbol con pizzas y cervezas?

— Ni llegué a decirle eso, el tipo un témpano. Si lo vieras, una terrible insensibilidad. En ningún momento pareció interesarse por mi. Me trató como un robot contando calorías.

Se quedaron en silencio. Gabriela especulaba con que a ella le dijera lo mismo el tal doctor Alvarez, porque tenía su propio turno para la semana siguiente. Esa noche le preparó a su marido un zapallito hervido, medio huevo duro y una galletita de agua, acompañado con jugo diet de maracuyá. Ella se sirvió una milanesa que había quedado del almuerzo, con puré de papas, también con el jugo diet de maracuyá para mostrar solidaridad con su marido.

No hablaron durante toda la comida. Mientras tomaban el café y se incumplía la primera regla de no usar azucar, Alfonso comentó que no sentía ninguna diferencia, que no se sentía mejor. “¿Vos me ves mejor?”

Al día siguiente ahogó sus penas con una cerveza y unos salamines con su amigo Ivan, quién por suerte le dio una salida. Le habló de la Clínica Carr, que tenía una metodología muy eficiente para bajar de peso, basada en las necesidades emocionales de los pacientes. Justo lo que Alfonso necesitaba, algo más humano, menos “calculista”, dijo. Desde el mismo bar arregló un turno para el martes.

Se sentía feliz otra vez, esa noche festejaron con Gabriela con los riquísimos ravioles al whisky que ella hacía, receta de su madre. Durante el fin de semana aprovecharon para comer de todo, antes de empezar el nuevo régimen de la Clínica Carr. “Los gustos hay que dárselos en vida”, dijo Gabriela.

Ya el aspecto de la nueva Clínica le pareció mucho mejor a Alfonso. Estaba llena de aparatos, computadoras. En la sala de espera había un televisor 4K sintonizado en ESPN. Las enfermeras eran espectaculares, todas con minifalda. En otra pared había un cartel con el lema de la institución: “Bajar de peso con fe y esperanza”.

El doctor Axel Karlitos le cayó diez puntos. Un tipo fenómeno que hablaba de fútbol y de política. De verdad el día y la noche entre una y otra experiencia.

— Mire don Alfonso, vamos a ir de a poco, hasta que usted se acostumbre. Nosotros tenemos la filosofía de que la dieta tiene que adaptarse al paciente y no el paciente a la dieta. Lo que queremos es construir una relación y dejarnos interpelar por sus sensaciones.

— Magnífico doctor, estoy preparado para hacer lo que haya que hacer para estar bien.

— Muy bien, la actitud es lo primero. Empezaremos por reemplazar el azúcar por edulcorante. En tres meses vuelva para un control.

— ¿Nada más?

— Por ahora no.

— Bueno, si hay que hacer sacrificios se hacen doctor. La pizza y la cerveza son importantes para mi, porque los domingos nos reunimos con nuestros amigos a ver fútbol.

— Ok, no lo deje, pero sea moderado.

Alfonso pondría lo mejor de si. Estaba feliz por el trato humano que había recibido. En los meses siguientes fue bastante estricto con la prohibición del azúcar. El problema fue cuando vio a su clínico nuevamente y este le dijo que todos sus valores habían empeorado y que su peso estaba ahora en 120.

Desde todo punto de vista ese fue un momento clave en la vida de Alfonso. Se sentía estafado, que se habían burlado de él. Pensó en mucha gente que estaría pasando por circunstancias similares. El era ante todo, se decía en el taxi volviendo a su casa, un político. Un político se debe a la gente y si sus propias experiencias no lo hacían reflexionar para volcar todo su potencial hacia las personas de carne y hueso, ese político no servía para nada.

Esa noche se pusieron a trabajar con Gabriela en una nueva campaña, que en pocos meses lo llevaría a la fama nacional, a subir en las encuestas y a convertirse en la nueva figura del país. Primero la esbozó en un memo titulado “La sacarina engorda”. Ahí contaba cómo en la Clínica Carr le habían mentido acerca de la posibilidad de adelgazar con sacarina, cuando en verdad había comprobado en carne propia que engorda como pocas cosas que haya comido antes. Acusó a los médicos en general de vivir en un mundo aparte, sin pensar en la gente que solo quiere un poco de felicidad. Sobre todo aquellos que como él tenían una tendencia a engordar, esos eran los que merecían mayor comprensión de la sociedad. Proponía empezar por tirar la sacarina que cada uno tuviera en casa y subir videos a Youtube.

El memorandum fue publicado en el diario La Nación, después de que circulara por las redes sociales. En pocas semanas Alfonso había recorrido todos los medios como el nuevo gurú de la nutrición basada en la felicidad, no en la dieta que era una receta que venía importada desde los grandes centros de poder. Inició una campaña para prohibir la sacarina, juntando millones de firmas. El hashtag #LaSacarinaEngorda fue tendencia mundial durante varias semanas.

Su popularidad creció tanto que Partido decidió en agosto postularlo ese año para la presidencia. Aunque ni él lo podía creer, ganó las elecciones con el 61% de los votos, una semana después de que la Clínica Carr fuera clausurada por el intendente y el doctor Axel procesado y detenido por asociación ilícita.

Alfonso ordenó que inmediatamente después de jurar como presidente le tuvieran preparado el decreto prohibiendo la sacarina, sustancia propia del colonialismo cultural. Quería que el momento de la firma sea transmitido por cadena nacional.

Antes de que se encendieran las luces para la transmisión, Alfonso sentado en el sillón de Rivadavia sentía que había cumplido con el propósito de su campaña. Era feliz.

Fue el momento en que cayó de cara sobre la hamburguesa con queso y las papas fritas que le había preparado su nuevo nutricionista. La coca cola salió despedida y mojó al camarógrafo.

El presidente rodó por el piso y su presidencia llegó a su fin.

By Jose Benegas

Abogado, ensayista y periodista. Master en economía y ciencias políticas. Conductor y productor de radio y televisión. Colaborador de medios escritos, televisivos y radiales. Analista y conferencista internacional desde la perspectiva de la sociedad abierta y las libertades personales a las que ha dedicado su obra intelectual. Dos veces premiado en segundo lugar del concurso internacional de ensayos Caminos del la libertad.

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