La referencia a la pobreza como víctima de la riqueza tiene el único fin de colocar al número contra el recurso. Eso no puede ser respetado como plan político, menos como tesis moral o religiosa, es un simple y burdo modus operandi.

El juego continúa a pesar de que el número inexorablemente pierde al atacar su fuente de subsistencia, porque los doctrinarios de este plan obtienen lo que quieren a su costa.

Por eso aunque la realidad les muestre a los que se dejen encantar que nunca llegan a lo que quieren y que cada vez se aleja más, la ilusión de la salida fácil que le ofrecen los asaltantes en nombre de la bondad, se sigue alimentando con mentiras.

De las mentiras se construyen mitos y en muchas generaciones a eso se le llamará religión. Algunas son nada más que la promesa de que lo que te sacan en esta vida te lo recompensarán en otra. Otras son honestas en sus intenciones, pero la facilidad con la que se pasa del mito tranquilizador a la estafa es enorme. Mucho más fácil y disimulado que hacerse deshonesto en el mercado. Por eso el propósito de denostar lo “material”, en ese terreno manipular “almas” se hace más difícil. El dinero por si mismo no te envilece, lo que les preocupa es que te separe de su propio poder de envilecimiento.

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