Cresta Roja no es un problema “social”

Los niños son arbitrarios, los padres deben enseñarles la realidad y que parte de ella es que hay otros a los que no se puede hacer cargo de problemas que les son ajenos. Los grandulones son peligrosos porque tienen exigencias de niños. Sin el estado serían nada más unos frustrados, gente improductiva y generadora de pleitos. Con el estado ocupan la ancha franja de permisos para decir cualquier cosa llamada izquierda. La Argentina se ha vuelto un país completamente infantil en el que el que se pone caprichoso gana y se cree que las empresas no pueden quebrar, que si lo hacen están afectando el “derecho” de sus empleados a ser empleados. Ya desde el vamos el derecho a ser empleado es raro, lo relevante es el derecho a no ser empleado, a no trabajar para otro si no nos conviene y lo decidimos nosotros mismos.

Pero el ideal social de la izquierda es el “derecho a tener un trabajo”, a ser empleado. Tal cosa implica que hay gente “obligada” a ser empleadores. En el llamado derecho laboral los empleadores son malos y los empleados son buenos, pero la izquierda quiere que en base a una exigencia moral, la gente buena “tenga el derecho” a estar a las órdenes de los malos. Para el marxismo es peor, se supone que el trabajo para un capitalista es explotación, pero los marxistas son los primeros en protestar por los despidos, que vendrían a ser el fin de la explotación por voluntad del explotador. Es decir, el malo empleador explotador, decide dejar de explotar; es decir, se hace bueno. Pero el marxismo tampoco quiere eso.

A ver, sentido común. El marxismo ya sabe que esta teoría no resiste el menor análisis, pero sabe que el empleado aporta el número en la política y el capitalista tiene el dinero pero es débil en número. El explotador es el marxista, el izquierdista, el laboralista, todos mentirosos. Los explotados son los socios de la relación: empleado y empleador. Ambos fracasan juntos cuando fracasan.

Los socialistas de buena fe suponen que la riqueza es un stock a repartir en un juego de suma cero. La capacidad de mentir, presionar, aplastar al prójimo se vuelve fundamental. Es completamente falsa esa visión. Lo que vamos a comer el año que viene hoy no existe. No hay stock, hay que producirlo. No hay que usar la trampa, la presión y la capacidad de manipulación, sino la colaboración. La gente que no se da cuenta igual se comporta casi todo el tiempo en colaboración. Los marxistas no asaltan quioscos, en general trabajan y compran sus propios chicles. Cuando lo hacen contribuyen al flujo tanto en el trabajo como en la operación de comprar. Pero cuando se ponen a pensar en la organización social agarran sus malos libros, decretan que la sociedad es injusta por cada cosa que no tienen y practican todas sus conductas nefastas. El papa es un gran propagador de esta visión lúgrube de la existencia. Le conviene porque eso le permite explicarlo todo como pecado y el administra los perdones.

Como las cosas no funcionan así sino que tanto lo que tenemos como el trabajo remunerado que nos ofrecen, depende de que sean respetados todos los intervinientes en la cadena de acontecimientos que llevaron a la existencia del empleador y del proveedor, la estrategia tiene que ser otra, una totalmente adulta que no le hace cargo a la gente a la que necesitamos de lo que no tenemos.

Entonces es pésimo pasarle a la sociedad los fracasos y el problema de los empleados que quedan sin trabajo, porque lo fundamental es que se creen nuevas oportunidades todo el tiempo, para lo cual el proceso de selección de empresas es fundamental. El riesgo lo corren quienes ponen el capital, el empleado vive sólo amenazado por la posibilidad de dejar de ganar de aquí en más. Nadie le pedirá que devuelva lo que cobró porque la empresa no funcionó. Todos los empleados más que protección a las empresas que fracasan, están interesados en que no se cargue a las empresas que nacen, entre las cuales estarán las exitosas. Cuando la sociedad tiene que cargar con el costo de todos los fracasos, la barrera que tienen que pasar los nuevos emprendimientos sube cada vez más, porque el costo impositivo, totalmente improductivo, opera como la diferencia entre el éxito y el fracaso de cualquier nuevo emprendimiento que se encuentre al borde del margen.

No importa si ese gasto de salvataje beneficia a los dueños de las empresas o a los empleados, el costo impositivo es el mismo. Pero aún así no se está entendiendo que el importante entre el empresario y el empleado es el primero. Ese es el que abrió todas las oportunidades, el que deberá abrirlas también en el futuro.

Una sociedad adulta no es una sociedad sin frustraciones. Tampoco una sociedad exitosa. Ni el éxito de los empleados y la mejora de sus salarios serían posibles sin frustraciones. La mayoría de las empresas nuevas no sobreviven un año ¿Cuantas de ellas debido al costo fiscal? Muchísimas.

Piensen un poco señores generosos, buenos, tan dispuestos a ser promotores de ambulancias que salvan otros. Gran parte de la pobreza que  ven se debe a su negativa a crecer.

 

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By Jose Benegas

Abogado, ensayista y periodista. Master en economía y ciencias políticas. Conductor y productor de radio y televisión. Colaborador de medios escritos, televisivos y radiales. Analista y conferencista internacional desde la perspectiva de la sociedad abierta y las libertades personales a las que ha dedicado su obra intelectual. Dos veces premiado en segundo lugar del concurso internacional de ensayos Caminos del la libertad.

5 comments

  1. En general, y en una economía normal, es así. El caso particular de Cresta Roja sin embargo me parece que es el clásico kirchnerista del empresario que se pone a hacer negocios con el estado y se transforma en gerente o testaferro de una empresa cuasiestatal, cuyos clientes los consigue el estado, precios fija el estado, políticas salariales y probablemente lista de empleados determina el estado, y pagador principal se vuelve el estado, todo con sus debidas comisiones por supuesto. Como con los trenes, subtes, colectivos, etc. Entonces cuando todo se pudre el estado no puede/debe lavarse las manos, incluso cuando se trate como en este caso de un gobierno nuevo que debe arreglar el desastre que hizo el gobierno anterior (en su momento elegido, reelegido y reelegido; hay hasta cierta belleza en que la ciudadanía deba empobrecerse haciéndose cargo del desastre que eligió reiteradamente, y ojalá esta vez se aprenda la lección).

    1. En ese caso el argumento no veo que se debilite, sino que se fortalece. El hecho de que el estado los haya ayudado a subsistir y a extender la situación, no genera la obligación del estado de continuar haciéndolo, sino de decir incluso hasta acá llegué. La responsabilidad de los directivos será rendir cuentas y los empleados debieron saber que la fiesta terminaba, algo que no tienen como oportunidad todos los demás empleados de empresas que quiebran. Hasta acá han sido tratados mejor que todos los que trabajan para compañías fallidas. Se terminó el beneficio.

      1. Pero hay que manejar la transición. Es como el fin de Alemania Oriental, pero sin la cobertura de la Occidental. O una perestroika que hay que llevar bien para que en unos meses no estén todos pidiendo un Putin, o en dos generaciones recordando la gloriosa época peroncha en que todos vivían del estado y echándole la culpa de su crisis laboral a lo que vino después. No me viene a la cabeza si algún país manejó un cambio semejante, sin invasión y reeducación como Alemania y Japón post-1945.

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