Era para el otro lado. El nuevo colapso de las recetas “antinoventistas”

La década del 90 terminó con dos grandes crisis. Una de carácter económico institucional y la otra moral. La primera protagonizada por el estado manejando la moneda e inundando el mercado de dólares como endeudamiento para sostener el gasto público, la segunda desatada por el estatismo reivindicativo representado por la izquierda nacionalista. Fue el estatismo el que impuso su explicación del 2001 y es el estatismo el que trajo esta crisis de la Argentina progre. Se estableció como dogma que lo que estaba mal era lo que estaba bien y viceversa, pero no fue lo que criticaron sino lo que aplaudieron lo que generó el cataclismo del 2001.

Por un lado en los 90 el estado se quitó todo el lastre de las empresas públicas y por el otro el gasto público combinado con convertibilidad sobre el dólar, generó crecimiento de los precios de los bienes no transables y el deterioro del valor de las exportaciones, lo que terminó en una gran recesión[1]. Las exportaciones fueron reemplazadas por el ingreso de dólares como deuda pública dirigido hacia el gasto estatal.

Esa inconsistencia no podía sino terminar como terminó, pero eso no formaba parte del discurso crítico de aquella década salvo para una pequeña minoría. El resto pensaba que en primer lugar Menem era malo. El pecado era la primera explicación y se manifestaba de distintas formas: en las denuncias corrupción de la “entrega del patrimonio nacional”, en la presencia de los de la UCEDE que habían contaminado al puritano peronismo, en las “privatizaciones mal hechas” y en otras causas en general morales.

Solo para aclarar, privatizar es sinónimo de liberar, de quitar la intervención de la autoridad, de permitir al sector sin poder actuar en una determinada área. La “privatización mal hecha” es un sinsentido conceptual. En todo caso una  privatización puede ser insuficiente, parcial, pero el problema no es la parte privatizada sino la no privatizada. En muchos casos aquellas privatizaciones fueron si insuficientes, temerosas o rodeadas de tantas regulaciones que no se pudieron apreciar tanto sus beneficios, pero el cambio en los servicios fue impresionante en muy poco tiempo. Si se podría haber avanzado más es una cuestión contra fáctica inútil de analizar, lo que estaba claro al fin de ese período era que había que avanzar más pero se eligió retroceder.

Uno de las mayores errores que se cometieron en las privatizaciones fueron los organismos de control diseñados para tranquilizar los espíritus de los que se ponen a llorar si no ven un comisario cerca. En el mercado el control lo hace el consumidor si se le permite ser único e inapelable árbitro. Pero al contrario parte importante de la crítica a las “privatizaciones mal hechas” era la “falta de controles”. Los problemas en los servicios no eran por falta de vigilancia de burócratas, sino por la parcialidad de las privatizaciones, es decir, por la subsistencia de controles. Los organismos controladores famosos cuya omnipresencia pedían los que reclamaban “calidad institucional” (concepto hueco como pocos), no solo no servían para nada sino que terminaban siendo una forma de justificación de las empresas monopólicas ante sus incumplimientos, mientras la gente no podía cambiar de proveedor, que es el único control necesario.

Sin embargo la gran falta moral de aquella época no tenía nada que ver con coimas sino que era aquella en la que los críticos estaban más de acuerdo, esto es, el gasto público. Por eso la Alianza encaró el problema intentando aumentar la recaudación fiscal y así fue como De la Rúa derrapó definitivamente, sin Cavallo primero, con Cavallo después.

En paralelo crearon lo que llamó Chacho Alvarez el “circo” para entretener con cazas de brujas a la gente a la que habían enardecido. La persecución del mal es el expediente perfecto de todo mediocre desorientado. Y si hubo un ejemplo perfecto de mediocridad y desorientación en nuestra historia, ese fue Chacho Alvarez.

En materia de privatizaciones lo que hizo de la Rúa fue eliminar para siempre toda posibilidad de desregulación del sector telefónico, que era automática a partir del año 2000. La Alianza hizo eterno el monopolio con el que se había pagado a las empresas el hacerse cargo de los empleados de ENTel.

La segunda contrarreforma, por llamarla de alguna forma, fue protagonizada por un señor muy enojado en lo personal con Menem que fue Eduardo Duhalde que había fundido a su provincia y puesto al banco oficial en situación de quebranto como uno de los causantes de la crisis bancaria del 2001. Duhalde aliado con Alfonsín que había fundido al país en los 80 quería terminar con la convertibilidad, pero para desatar el gasto público. Contó con mucha ayuda del diario Clarín, de los cruzados de la moralidad que explicaban que el deterioro de las finanzas públicas se debía a “operaciones de lavado de dinero” (Carrió, Cristina Kirchner, Ocaña, etc.) y que sirvieron para desviar la atención.

La tercera versión de antinoventismo vino con el kirchnerismo, otro invento de Duhalde para enterrar de manera definitiva toda posibilidad de la Argentina de ser normal. Con el kirchnerismo ocurrió la reivindicación definitiva del estado, la glorificación del comisario del pueblo y la demonización del sector privado en el sentido más fascista posible y se instaló la corrupción pero no ya como una cuestión marginal sino como sistema político. Oligarquía y poder, manejo de lo público como privado se hicieron tan normales que en este momento asistimos al traspaso al señor Tinelli del fútbol estatizado como si perteneciera a la señora Kirchner. El estatismo por el estatismo mismo fue ayudado por un cambio tal en las condiciones del comercio exterior que hasta de la Rúa podría haber sido convertido en genio y por el piso en el que había quedado la economía Argentina después del 2001. Sin embargo con tanta irracionalidad no desafiada nunca por una oposición que acompañó acobardada la construcción de una dictadura sin uniforme, la fiesta se acabó otra vez.

Sería triste que no se entendiera cuál es el “modelo” que colapsa ante nuestros ojos y en eso por desgracia la influencia del Papa con su visión antimodernista en este momento es nefasta. Los noventa terminaron en una gran crisis, pero los motivos eran los opuestos a los que esgrimió la izquierda nacionalista autoritaria. Era el estado y su gasto, el endeudamiento público, las regulaciones remanentes del sector servicios, la hegemonía del gobierno nacional y la incompatibilidad de todo eso con la convertibilidad. No era la maldad, ni la falta de izquierdismo, ni mucho menos ningún “capitalismo salvaje” porque el sistema de “estado de bienestar” nunca se tocó y fue gran parte del problema. Había un obstáculo serio pero estaba mal lo que se pensó en estos diez años que estaba bien y estaba bien lo que en estos diez años se supuso que estaba mal. Por desgracia todos hicieron seguidismo de la locura oscurantista de la época de estatismo más idiota que se pueda recordar, incluida por supuesto la prensa que ahora está inventando que hubo un kirchnerismo bueno como el relato que los dejaría a salvo de su complicidad.

De la Rúa  tumbó el barco con todo en contra. La nueva ola progre, que incluye gobierno, gran parte de la oposición y casi la totalidad de la opinión publicada ahora enfrentada al oficialismo por las formas, volcó una calesita con todo a favor y se consumieron una época de bonanza extraordinaria. La Argentina necesita volver al punto de partida y tomar el otro camino. El que descartó por el pánico del 2001.

Tal vez haría falta empezar esta historia por el desastre ocurrido durante la década del 80 en el populismo alfonsinista, pero sería muy largo. Alcanza con decir que el rumbo tomado por Menem fue inevitable con todo sus tropiezos por la experiencia que lo precedió. No se trató de una comprensión profunda de 60 años de estatismo con alta inflación, por lo tanto esperar una gran coherencia en el cambio era una verdadera tontería.

Ahora si, después de haber ensayado todas las formas posibles y no posibles de estatismo suicida para reaccionar contra aquella década es hora de dejar de probar con la misma receta.



[1] Ver La convertibilidad argentina Juan Carlos Cachanosky. http://www.biblioteca.cees.org.gt/topicos/web/topic-847.html

By Jose Benegas

Abogado, ensayista y periodista. Master en economía y ciencias políticas. Conductor y productor de radio y televisión. Colaborador de medios escritos, televisivos y radiales. Analista y conferencista internacional desde la perspectiva de la sociedad abierta y las libertades personales a las que ha dedicado su obra intelectual. Dos veces premiado en segundo lugar del concurso internacional de ensayos Caminos del la libertad.

7 comments

  1. Lo felicito. En unas pocas palabras explicó treinta años de decadencia argentina. Hoy nos estamos acercando nuevamente a una de esas habituales encrucijadas que acompañan al país desde siempre, y en la cual sería deseable que de una buena vez por todas optemos por tomar el camino correcto, para evitar sumar otra generación frustrada más de compatriotas.
    El problema es que la opinión pública y la opinión “publicada” parece querer seguir recorriendo los mismos caminos de siempre. Por eso son valiosos los aportes como el suyo.

  2. Don José :

    Referente a su excelente artículo del año 2007 Terrorismo en la Argentina.
    Los links para descargar el material están caídos. ¿Habrá alguna posibilidad actualmente de poder acceder a esos valiosos documentos?

    Muchísimas gracias

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