El presidente Obama y su miedo a ser Argentina

Si los republicanos conocieran la historia del estado de bienestar argentino, pondrían en aprietos al presidente Obama después de decir que no quiere que los Estados Unidos se conviertan en otra Argentina. Enterado de los resultados que muestran los saqueos en Córdoba y otros disturbios que le dan al país su fama de fallido, Obama no sabe que la Argentina es el país que ha llevado hasta sus últimas instancias el mismo tipo de soluciones que está intentando defender con la comparación. En gasto público descontrolado además somos expertos. Los presupuestos a pesar de que se sabe que están llenos de falsedades se aprueban sin discutir y el gobierno alega tener derecho a ello por ganar las elecciones, como si los diputados y senadores tuvieran menos legitimidad y carecieran de sus propias responsabilidades alejadas de los deseos presidenciales. Hasta en eso se parece el país a su proclamado ideal.

A la Argentina le han sobrado obamas a la enésima potencia, todos sus políticos lo son y llevamos varias generaciones de acumular políticas asistencialistas. A Obama le gustaron las apelaciones del Papa contra el mercado, lo que no sabe es que ese es el pensamiento más común entre los Argentinos. No sabe que lleva décadas el país del más exhaustivo estado de bienestar y que existe la llamada asignación universal por hijo donde los que trabajan tienen que aportar para sostener a los que tienen hijos y que esto fue una iniciativa de la oposición. No sabe que se pagan jubilaciones sin aportes y que la educación y la salud son completamente gratuitas. Que los obamistas quieran pensar que la pobreza actual sea consecuencia de todo lo que aún no han hecho contra el mercado, es sólo producto del dogma irreductible de que la libertad lleva al pecado.

Lo que el presidente observa como falta de equidad, entre unas hordas sin ley y unos comerciantes (que luchan contra la pobreza) no es el correlato de ausencia de “políticas sociales”, es el espectáculo cada vez más común en el país con los políticos más “buenos”, “conscientes”, izquierdistas y peronistas que existan, que podrían votarle con dos manos todas sus iniciativas y coincidirían con él en que la solución es gasto público y aumento del poder estatal.

Más allá de que se comparta o no lo que el presidente de Estados Unidos quiere hacer en el mercado de la medicina que merece muchos matices, se lo considere eficaz o no o que hay otras maneras de resolver el problema, lo indudable es que la Argentina no le sirve para demostrar lo que quiere demostrar sino todo lo contrario. Lo que hace el presidente de Estados Unidos en realidad es confirmar su prejuicio en cuanto a que la marginalidad y esas mayorías sumergidas al lado de minorías privilegiadas son consecuencia del mercado y jamás podrían asociarse con el buenismo del estado de bienestar que propugna. Eso es algo que los partidarios de ese sistema están ciegos a ver. Están tan enamorados de sus intenciones y de lo que creen que dicen de si mismos que todo lo malo que pase no puede ser culpa de ellos sino de los que están enfrente.

El populismo en cambio si sabe que para que exista un bienestar decidido por la política en contra de las relaciones que se establecen en el mercado por propia voluntad y en los términos de quienes participan en él, tiene que tratarse a la población como aves de criadero y matarles dos cosas. Por una parte sus instintos y capacidad de sobrevivir y por otra su moral, en la medida que el sudor de la frente no es la fuente del bienestar sino la habilidad de victimizarse. Una sociedad moralmente quebrada y destruida en su capacidad productiva es materia prima para esta moderna forma de esclavitud llamada populismo. También sabe este populismo que cuando el político reparte, sea con un criterio miserable o con un altruismo digno del Vaticano, dado que el acceso a las decisiones es más escaso que cualquier bien del mercado, inevitablemente se crea una casta privilegiada al lado del criadero. Hay criados y criadores y como la fuente empresarial de los recursos es directamente perjudicada por los costos, esta se achica, con el agravante de que con el cambio de valores hasta la empresa aprende el juego de la victimización y que los gobernantes (sean ángeles o demonios aprovechadores), pueden protegerlos de los consumidores y la competencia. La economía se pauperiza y la subsistencia de esas empresas que son cada vez menos dada la dinámica del sistema aparece como más indispensable y aquellos que propugnan que se deje de protegerlas son tomados como locos.

Los populistas saben que el buenismo es una gran mentira que genera una bola de nieve de perversión y pobreza, sólo mantiene lo que los buenistas creen de si mismos y su poder. Y que ese es el negocio más suculento e impune para los sátrapas que pueda haber. Nunca se había considerado al absolutismo como benéfico.

La gente que realiza todos los saqueos viene de los barrios más asistidos, gente tal vez sólo asistida y sin otra fuente de subsistencia, a la que no le asigno la responsabilidad. Han pasado por nuestros colegios tal vez, ninguna cosa buena moral sale de ahí sobre la sociedad, sino una serie de alegorías ficticias acerca de la gloria del estado y de la autoridad. Son de alguna manera el producto de una sociedad que decidió abandonar los principios por los resultados y se ha quedado sin los principios y sin los resultados.

Claro que hay países que han practicado esto con una cierta prudencia y en dosis muchos menores, siempre respetando a los que trabajan (mercado) porque al menos saben que es la gallina de los huevos de oro. Al político argentino esto no le importa en lo más mínimo, cuando se menciona una empresa en el Congreso es para hablar mal de ella. El obamismo argentino es fanático, dogmático y excluyente. Los que no comparten esa fe se muestran encima vergonzantes.

Le diría al presidente de Estados Unidos que lo piense. Cualquier país puede transformarse en la Argentina, precisamente por los motivos que él no sospecha.

By Jose Benegas

Abogado, ensayista y periodista. Master en economía y ciencias políticas. Conductor y productor de radio y televisión. Colaborador de medios escritos, televisivos y radiales. Analista y conferencista internacional desde la perspectiva de la sociedad abierta y las libertades personales a las que ha dedicado su obra intelectual. Dos veces premiado en segundo lugar del concurso internacional de ensayos Caminos del la libertad.

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