La democracia no es ninguna panacea, “vox populi vox dei” debe estar entre las peores frases de la historia de las ideas políticas, no solo porque no hay ninguna deidad involucrada en una votación, sino porque el pueblo no es la mayoría y la minoría no representa a las tinieblas. Pero sobre todo porque el pueblo no tiene voz ni es una unidad más que como una ficción que obliga al gobernante a conducir el gobierno en favor de todos.
Para lo que sirve la democracia es para dirimir diferencias políticas entre gente que se respeta, con una metodología objetiva y sin violencia y una serie de condiciones para que el procedimiento sea limpio y libre de obstáculos. La representación que ejerce el que gana es la del total de los ciudadanos, no la de una facción. De otro modo no continúa la democracia luego de la elección sino una simple tiranía de la minoría que ha sido votada por la mayoría.
El supuesto más importante de la democracia es la paz entre mayorías y minorías circunstanciales. No se votan derechos ni libertades, se vota suponiendo que los derechos y las libertades no están en juego. Cuando lo están hay una situación bélica, aunque no haya “plomo” como prometen los chavistas si pierden hoy.
Si un gobernante promete y lleva a cabo una guerra contra sectores internos y proclama la lucha de clases, es un tirano y un dictador y para las minorías un enemigo que no es ni puede ser aceptado como un gobernante legítimo bajo ningún parámetro político, jurídico o moral.
El señor Chávez es un dictador en todos los sentidos posibles. Un sujeto cuya voluntad de impone en el país y que gobierna contra las minorías y los fantasmas, que persigue a sus contrincantes con el estado, que viola el derecho de propiedad que determina entre otras cosas la diferencia entre la esclavitud y el trabajo libre, que extorsiona a los empleados públicos, que utiliza los fondos quitados todos con impuestos para su propia facción, que miente y tortura a los venezolanos con sus cadenas de televisión, que persigue a la prensa que no le sirve, que tiene montado un aparato de propaganda y difamación de corte nazi, que viste a sus partidarios de un uniforme que los distingue del resto, les impone una disciplina militar y una devoción mítica, que tiene presos políticos y llevó a parte importante de la población al exilio.
Si se elije a un dictador se acabó la democracia, que es un pacto entre mayorías y minorías, no entre la mayoría y el estado.
Cuando en un partido de fútbol el referí se pone la camiseta de un equipo, echa jugadores del otro, compra al arquero rival, utiliza la recaudación para que los periodistas informen resultados diferentes a los obtenidos y declara enemigos a sus competidores, se acabó el fútbol. No es cuestión de entrenar mejor para hacerle más goles, sino de restablecer el juego.
Ese es el contexto de la oportunidad que hoy Venezuela se brinda a si misma, con el candidato por la paz Capriles Radonski y el continuador de la guerra, general de la división interna Hugo Chávez.
Capriles ha hecho un trabajo magnífico junto con toda la oposición que encontró el método de confrontar al tirano que usa al estado para pelearse con la parte de la población venezolana con la que está en guerra abierta. Solo basta ver la diferencia entre un discurso democrático, dirigido a todos los venezolanos, y otro de corte autoritario para mantener el estado de beligerancia que se inventaron.
Por eso no es sólo un presidente lo que elije Venezuela. La decisión es el restablecimiento de la paz entre las mayorías y las minorías, o la continuación de la guerra entre el dictador con el estado en la mano, y la población civil que no lo sigue.